viernes, abril 22, 2011

TOÑI NECESITA AYUDA


































Esta es Toñi. Nos acompaña muchas veces a la manada al paseo. No creo que haya cumplido el año y su vida es ya muy dura. Su historia se puede resumir así: érase una vez un cazador que vivía en la gran ciudad y que tenía tiempo libre y posibilidades económicas. Decide montar una reala y se hace con cachorros de aquí y de allá. En total cincuenta perros. Se los lleva a un pueblo donde hay caza y los deja a todos en una finca. No hay nada como tener pasta para poder darse un capricho. Así que ahora el pijo de ciudad tiene ciencuenta perros en una finca para poder ir a cazar y lucirse delante de los colegas. Además el hombre tiene sentido "estético", corta uns orejas por allí, unos rabitos por acá, no le queda muy bien, pero por la falta de práctica que si no...Todo perfecto. O casi. Resulta que los perros necesitan comer todos los días y no todos son tan buenos para la caza como parecían y además lo de ir a cazar tampoco es tan divertido y además tanto perro, y cógete el coche y vete al pueblo y dales de comer y cógete el coche de vuelta y vuélvete a casa y el veterinario y ufffff, qué rollo.... mmmm ...¿qué hacer? Nuestro pijo de ciudad decide que lo mejor es que se busquen la vida así que abre las puertas de la finca y los suelta, a los cincuenta. Uno de ellos es Toñi.

La alimento todos los días y desde hace un par de semanas me deja tocarla, Bimba la boxer me ha ayudado mucho con eso y también ayuda a Toñi a relajarse y a subir su autoestima. Pero la situación es peligrosa. Toñi ya ha empezado a perder peso, a sufrir las primeras pedradas (tiene marcas por las patas) y cojea un poco (¿la han atropellado? ¿la han corrido con las motos?). Toñi es muy cariñosa y dulce, necesita una familia que no la vea como un capricho si no como un miembro más que puede aportar muchas cosas positivas. Las fotos que veis que está ladrando es que se pone contenta cuando me ve y me lo dice, es muy graciosa y muy bonita. Si sabéis de alguien que pueda acogerla o que sea un adoptante responsable, no dejéis de hacérmelo saber. Toñi se lo merece, si nadie la ayuda, la espera un verano muy duro y un final nada bueno. De parte de Toñi , muchas gracias.

martes, abril 19, 2011

LA HISTORIA DE PINTO CONTADA POR PINTO

Me llamo Pinto, soy un sabueso español de diez años de edad. Nací a muchos kilómetros de distancia de donde vivo ahora. Me pasé los seis primeros años de vida cazando. Los de mi raza estamos especializados en liebre y a veces caza mayor. Si hay que hacer frente a un jabalí pues se hace y punto.



Hace cuatro años, mi amo, junto con otros cazadores y un grupo de perros como yo, vinimos a pasar el fin de semana a esta parte del país. Perros y amos llegamos con los coches a un claro del bosque y allí nos soltaron. A tres compañeros de mi mismo equipo y a mí nos llegó un olor (un viento lo llaman) de un venado. Sin contemplaciones nos dimos a la carrera siguiendo su rastro y desaparecimos entre los árboles aullando frenéticamente. Pasadas unas horas comenzó a anochecer y aún no habíamos conseguido cobrar la pieza. Fue entonces que los otros dos sabuesos decidieron volverse de vacío y yo preferí continuar. Jamás se vuelve sin nada. Volver al amo sin nada en la boca es una idea estúpida, suicida. Es cuando lo haces que empiezan los problemas, y más si tienes cierta edad. El amo empieza a mirarte raro, con un signo de interrogación en la mirada que con el tiempo pasa a la indiferencia y termina en desprecio absoluto. Lo he visto muchas veces. Compañeros míos han pasado de los halagos al tiro en la cabeza en cuestión de meses. Del perro favorito al perro muerto. Volver de vacío no era una opción.



A la mañana siguiente y con la presa definitivamente perdida estaba agotado, hambriento y frustrado. Emprendí el camino de regreso al claro del bosque donde los amos aparcaron el coche la mañana anterior. Intentaba consolarme pensando que cualquiera podía perder un rastro alguna vez en la vida y que pronto tendría otra oportunidad de demostrar a mi amo que seguía siendo el mismo Pinto de siempre.Llegué al claro.


No había nadie.


No había coches, no había cazadores, mis compañeros tampoco estaban. Por un momento pensé que me había confundido de lugar, era imposible que me hubieran abandonado, que hubieran regresado a casa sin mí. Yo nunca lo haría, nunca dejaría a un compañero (no importa el número de patas) abandonado a su suerte, sin techo, sin agua, sin comida. Acostumbrado al ruido de motores, a los ladridos y a los gritos, ese silencio en medio del bosque me pone nervioso. Estoy solo. Queda en el aire un leve olor a gasolina, a orín de uno de los compañeros que ha marcado un arbusto casi seco, me llega también el olor a los restos de un bocadillo, apenas quedan unas migajas y como lo que han dejado las hormigas. Entonces no imagino que durante los próximos dos años mi vida serán eso: soledad y migajas.





Durante días deambulo por la carretera intentado encontrar algún rastro que hayan dejado los de mi grupo. Nada. Decido que lo mejor que puedo hacer es andar por medio de la autopista porque se me mete en la cabeza que el momento en que mi amo se de cuenta de que se ha vuelto a casa sin mí volverá a buscarme y en medio del asfalto soy muy visible. Los coches pasan a mi lado a gran velocidad, me pitan y yo corro contento hacia ellos porque estoy seguro de que en uno va mi amo. Mi amo que viene a buscarme, mi amo al que siempre he sido leal y obediente, mi amo al que he entregado incondicionalmente mi vida, mi amo vendrá a buscarme. Y con la esperanza del reencuentro continúo caminando por el asfalto, hasta llegar al pueblo donde vivo ahora.


En las afueras, al lado del cementerio hay un vertedero donde los pastores arrojan ocasionalmente su ganado muerto y el carnicero piezas que no ha conseguido vender. Este lugar se convierte en mi pequeño territorio y a él incorporo una rutina básica: comer y tumbarme en medio de la carretera a esperar a mi dueño.
Así paso dos años, dos lentos, solitarios y muy, muy duros años. He adelgazado mucho, estoy muy sucio, me veo en los charcos y casi no me reconozco. Me he dado cuenta de que en este pueblo hay muchos cazadores. Se me ocurre que es posible que alguno de ellos conozca a mi amo, puede ser que hayan hablado con él e incluso que haya un rastro suyo en alguna de sus ropas. Elijo un viejo cazador al azar que veo caminando y me acerco a él con un trotecillo simpático, cordial, tranquilote. La primera pedrada me da de lleno en la nariz. Es una piedra grande en la mano de un hombre grande. Sangro bastante pero aún así insisto en acercarme, no he hecho nada a ese hombre y yo sólo quiero preguntar por mi amo. La segunda es en las costillas, me alcanza de pleno. El mérito no está en la puntería del hombre, es que estoy tan flaco que mis costillas son un blanco bien fácil. Durante las semanas y meses siguientes que voy a preguntar por mi amo, se repiten las agresiones. Tengo heridas por toda la cara (está muy hinchada), las patas, el lomo... el dolor que me producen se suma a la desnutrición, la depresión, el frío. Ya no queda nada del perro alegre que fuí.



Seguí conservando la costumbre de dormir en la carretera y un día que la cruzaba , débil y con la vista borrosa, no vi lo que se me echaba encima. Me atropellaron y fui arrastrado de una de mis patas delanteras durante metros. El dolor me hizo entrar en estado de shock, mi pata delantera derecha estaba destrozada, todos los tendones estaban rotos y la almohadilla central había desaparecido entera. Me incorporé como pude y busqué un lugar donde esconderme varios días. Cambié mi rutina y comencé a bajar al pueblo sólo por la noche cuando la gente ya se había metido en sus casas. Cada vez que paso por delante del garaje de una de ellas me "atacan" unos ladridos de lo que me parece un perro pequeño. Es Sancho pero yo aún lo sé.


Un día cualquiera decido que ya no puedo más. Eso a veces lo hacemos los perros. Estamos programados para sobrevivir pase lo que pase y ni el hambre ni las heridas vencen nuestro ánimo. Pero necesitamos una manada, un grupo al que pertenecer, al que poder aportar nuestras cualidades y yo tullido y todo tengo muchas, pero parece que nadie quiere molestarse en descubrirlas. Me tumbo pues junto a un muro y espero sin miedo a que me llegue la hora. Se acerca una mujer, lleva siguiéndome meses. Le acompaña siempre el perro nervioso que me ladra desde el garaje. Aunque no hay nada amenazante en ella huyo siempre que se me acerca. Lo intenta muchas veces: deja comida a mi lado, se sienta junto a mi ignorándome, hablando con Sancho, acariciándole, jugando con él enfrente mía. Un día Carmen cambia de táctica, esta vez viene con una amiga, Amanda, que lleva de la correa una perra. Me llega a la nariz ese olor maravilloso que tienen las hembras y un poquito de vida se enciende dentro de mí. Cojeando voy siguiendo a la hembra que sigue a Amanda que sigue a Carmen que llave en mano se encamina a un corral de puertas grandes y verdes. En algún momento sin que me diera cuenta alguien ha puesto una bufanda rosa alrededor de mi cuello y va tirando de mí. Abre Carmen la puerta y entra, detrás Amanda, detrás la perra Blanqui de olor maravilloso y detrás yo. Parecemos el Flautista de Amelín y las Ratas. Cuando escucho las puertas verdes cerrarse detrás de mí el pánico me paraliza. Acabo de cometer un gran error, estoy encerrado, sin escapatoria con dos humanos. Amanda se acerca, miro sus manos, no hay piedras en ellas. Con las llemas de los dedos me acaricia el entrecejo despacito y me habla bajito y su hablar es dulce y ya no estoy tan asustado y a lo mejor después de todo no he cometido un error y se me escapa un suspiro y apoyo mi cabeza en su pierna. Carmen me trae agua fresca y comida.
Al día siguiente me lleva en coche al veterinario. Encuentran el chip en mi cuello, encuentran a mi amo al que tanto busqué durante tanto tiempo. El veterinario le confirma que nunca podré volver a cazar debido al destroce en mi pata. Habla después con Carmen, le cuenta mi historia, le dice que soy buen perro pero que si no sirvo para cazar ya no me quiere, que paga la inyección letal pero que ni un céntimode más de gastos de veterinario o mi alimentación. Carmen dice que no quiere nada. Fin de la conversación. Vienen ahora vacunas, papeles, pastillas, desparasitación, baño (que no me gusta nada) y un ungüento para caballos perfecto para reconstruir mi almohadilla. Me encanta cuando me la cura porque luego me da sopliditos en la herida y besos en la cabeza. Y en las orejotas. Y rascaditos en el cuello. Y paseos diarios, y comida. Y mi caseta donde meterme cuando llueve con mi colchón. Y Sancho, mi compañero Sancho que me quiere mucho, que me lame la cara todos los días, que me hace sentir necesitado y por el que doy la cara siempre. Soy tan feliz y muevo tanto el rabo que no lo hago de un lado a otro si no en círculos, a veces mi trasero parece un helicóptero listo para el despegue. Estoy guapo otra vez. Uno de los del pueblo que me tiraba piedras le ha dicho a Carmen que soy un perro de categoría. Le ha hecho una oferta económica por mí pero ella la ha rechazado, por supuesto, le ha dicho que yo siempre he sido un perro de categoría, incluso cuando vivía en el vertedero alimentado de despojos. Me acerco al hombre, no soy rencoroso, le digo hola con mi rabo-helicóptero. La misma mano que me tiraba piedras me da ahora palmaditas en la cabeza. Le dice a Carmen que soy viejo y que en realidad no sirvo para nada, no se me puede sacar provecho. Ella le pregunta entonces que desde cuando está él jubilado y que qué piensan en su casa de su descenso de productividad. El hombre sorprendido no responde.


Es verdad, era, he sido y siempre seré un perro de categoría.